Ayúdame y te habré ayudado.

Ser voluntario, ofrecer nuestra ayuda a otras personas que lo necesitan. Sin pedir nada a cambio, pero no sin llevarnos algo: ganamos la experiencia, aprender de otros, la satisfacción de hacer un poquito más feliz a alguien, ser mejores.

Esto no es nuevo, hasta aquí nada sorprende. Es comúnmente aceptada la imagen de alguien que “goza de sus plenas capacidades” ayudando a personas con algún tipo de discapacidad en aquello a lo que les es difícil acceder. Afortunadamente, cada día esto es más habitual.

Sin embargo, ya hay historias de personas con alguna discapacidad intelectual pero concienciadas de la falta que hace la ayuda humanitaria en el mundo y que no dudan en poner su granito de arena en la sociedad.

Precisamente nosotros tenemos la suerte de contar con Luís Javier, uno de nuestros integrandes del Centro Especial de Empleo, que es voluntario en Cruz Roja desde hace dos años. Suele asistir los lunes por la tarde después de acabar su jornada laboral en el Centro Especial de Empleo. Hace funciones de ordenanza, ayudando al administrativo y a la responsable de voluntariado. Imprime documentación, ensobra, hace fotocopias, calibra cursos, destruye información confidencial y organiza documentación. Además, apoya en la preparación de la formación de Cruz Roja.

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Para él está siendo una experiencia muy buena en la que está aprendiendo a hacer no sólo labores de ordenanza, sino también a desarrollar sus habilidades sociales relacionándose con gente de diferentes cargos. Este voluntariado está siendo una oportunidad para conseguir méritos en la preparación de la oposición en una futura convocatoria.

También es el caso de Álvaro Roche, un joven con discapacidad intelectual de la Fundación Síndrome de Down de Madrid que es voluntario con personas mayores en un aula de informática.

Álvaro va todos los viernes a enseñar a un grupo de personas mayores a manejarse con el ordenador, navegar por internet, utilizar el correo electrónico. Y se siente muy feliz haciéndolo porque ayuda y, además, ejerce su derecho de ser voluntario, como cualquier persona. Se integró perfectamente desde el principio, se adaptó rápidamente al sitio y aprendió lo que tenía que hacer sin ningún problema.

Cada dos meses asiste a la Fundación Síndrome de Down, desde donde accedió a este voluntariado, habla con otros voluntarios con los que comparte experiencias y se sigue formando en temas de voluntariado.

Además, Álvaro participó en la jornada inaugural del Año Europeo del Voluntariado en 2011 relatando su experiencia. “Siempre me han ayudado, y ahora es mi oportunidad de ayudar a los demás”

Pero no es un caso aislado, también conocemos la historia de Rosa González, una joven de poco más de 30 años con discapacitadad, a la que la tercera edad también le despierta un especial interés. Participa como voluntaria en la residencia de personas mayores SAR, donde asiste cada martes por la tarde y, cuando entra por la puerta, todas las personas le saludan con entusiasmo.

La misión de Rosa es apoyar las tareas diarias de la residencia, como guiar las sillas de ruedas, acompañar a los mayores a sus habitaciones u organizar juegos de cartas.

«Rosa ha establecido grandes vínculos con todas las personas de la residencia y conoce perfectamente a todos los residentes y a los profesionales que allí trabajan», detallan en Plena Inclusión.

Otro caso más es el del voluntariado que realiza José Arance en el Comedor Social San Simón de Rojas cada sábado, repartiendo cereales y café o recogiendo las mesas, además de dar conversación a los asistentes.

Los resultados de este tipo de voluntariado son tremendamente positivos por lo que estas actividades se seguirán realizando, señala Plena Inclusión. Desempeñar estas labores favorece la inclusión social de las personas con discapacidad como un miembro más de la comunidad.

Necesitar ayuda no está reñido con prestarla a los demás.

 

 

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